1 9 9 5 TOMADO DEL TOMO 2 DE LA COLECCIÓN DOCUMENTOS DE LA MISIÓN CIENCIA, EDUCACIÓN Y DESARROLLO: EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO (PP. 115 SS).
http://www.leemeuncuento.com.ar/marquez.html
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Macondo
1927-Mexico 2014)
Aspiro a que estas
reflexiones sean un manual para que los niños se atrevan a defenderse de los
adultos en el aprendizaje de las artes y las letras. No tienen una base
científica sino emocional - o sentimental, si se quiere-, y se fundan en una
premisa improbable: si a un niño se le pone frente a una serie de
juguetes-diversos, terminará por quedarse con uno que, le guste más. Creo que
esa preferencia no es casual, sino que revela en el niño una vocación y una
aptitud que tal vez pasarían inadvertidas para sus padres despistados y sus
fatigados maestros. Creo que ambas le vienen de nacimiento, y sería importante
identificarlas a tiempo y tomarlas en cuenta para ayudarlo a elegir su profesión. Más aún: creo que algunos
niños a una cierta edad, y en ciertas condiciones, tienen facultades congénitas
que les permiten ver más allá de la realidad admitida por los adultos. Podrían
ser residuos de algún poder adivinatorio que el género humano agotó en etapas
anteriores, o manifestaciones extraordinarias de la intuición casi clarividente
de los artistas durante la soledad del crecimiento, y que desaparecen, como la
glándula del timo, cuando ya no son necesarias.
Creo que se nace escritor, pintor o músico. Se nace con la vocación y en muchos casos con las condiciones físicas para la danza y el teatro, y con un talento propicio para el periodismo escrito, entendido como un género literario, y para el cine, entendido como una síntesis de la ficción y la plástica. En ese sentido soy un platónico: aprender es recordar. Esto quiere decir que cuando un niño llega a la escuela primaria puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno de esos oficios, aunque todavía no lo sepa. Y tal vez no lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor sí alguien lo ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido, sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin temo- res de su juguete preferido. Creo, con una seriedad absoluta, que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la fórmula magistral para una vida larga y feliz. Para sustentar esa alegre suposición no tengo más fundamento que la experiencia difícil y empecinada de haber aprendido el oficio de escritor contra un medio adverso, y no sólo al margen de la educación formal sino contra ella, pero a partir de dos condiciones sin alternativas: una aptitud bien definida y una vocación abrasadora. Nada me complacería más si esa aventura solitaria pudiera tener alguna utilidad no sólo para el aprendizaje de este oficio de las letras, sino para el de todos los oficios de las artes.
La vocación sin don y el don sin vocación
Georges Bernanos, escritor
católico francés, dijo: "Toda vocación es un llamado". El Diccionario
de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como
"la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección".
Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La
aptitud, según el mismo diccionario, es "la habilidad y facilidad y modo
para hacer alguna cosa". Dos siglos y medio después, el Diccionario de la
Real Academia conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice
es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y
eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la única disposición del espíritu
capaz de derrotar al amor.
Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque o les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales.
Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque o les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales.
Las aptitudes y las
vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de cantantes de voces
sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de pintores que
sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que
no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de
que algo suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el
estudio, la técnica, y un poder de superación para toda la vida.
Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas, o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo -base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio.
Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos darán sus impresiones emocionales, políticas, o filosóficas, pero no sabrán contar la historia completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan detallado como recuerden, con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo -base cultural, técnica, estilo propio, rigor mental- pero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En los niños es una prueba que merece tomarse en serio.
Las ventajas de no
obedecer a los padres
La encuesta adelantada para estas reflexiones han demostrado que en Colombia no existen sistemas establecidos de captación precoz de aptitudes y vocaciones tempranas, como punto de partida para una carrera artística desde la cuna hasta la tumba. Los padres no están preparados para la grave responsabilidad de identificarlas a tiempo, y en cambio sí lo están para contrariarlas. Los menos drásticos les proponen a los hijos estudiar una carrera segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les hacen poco caso a los padres en materia grave, y menos en lo que tiene que ver con el futuro. Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes engañosas para salirse con la suya. Hay los que no rinden en la escuela porque no les gusta lo que estudian, y sin embargo podrían descollar en lo que les gusta si alguien, los ayudara. Pero también puede darse que obtengan buenas calificaciones, no porque les guste la escuela, sino para que sus padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete favorito que llevan escondido en el corazón. También es cierto el drama de los que tienen que sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni vocación, sólo por imposición de sus padres. Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad del método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa, pero no para que los niños lo estudien a la fuerza, sino para que jueguen con él.
La encuesta adelantada para estas reflexiones han demostrado que en Colombia no existen sistemas establecidos de captación precoz de aptitudes y vocaciones tempranas, como punto de partida para una carrera artística desde la cuna hasta la tumba. Los padres no están preparados para la grave responsabilidad de identificarlas a tiempo, y en cambio sí lo están para contrariarlas. Los menos drásticos les proponen a los hijos estudiar una carrera segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les hacen poco caso a los padres en materia grave, y menos en lo que tiene que ver con el futuro. Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes engañosas para salirse con la suya. Hay los que no rinden en la escuela porque no les gusta lo que estudian, y sin embargo podrían descollar en lo que les gusta si alguien, los ayudara. Pero también puede darse que obtengan buenas calificaciones, no porque les guste la escuela, sino para que sus padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete favorito que llevan escondido en el corazón. También es cierto el drama de los que tienen que sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni vocación, sólo por imposición de sus padres. Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad del método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa, pero no para que los niños lo estudien a la fuerza, sino para que jueguen con él.
Los padres quisiéramos
siempre que nuestros hijos fueran mejores que nosotros, aunque no siempre
sabemos cómo. Ni los hijos de familias de artistas están a salvo de esa
incertidumbre. En unos casos, porque los padres quieren que sean artistas como
ellos, y los niños tienen una vocación distinta. En otros, porque a los padres
les fue mal en las artes, y quieren preservar de una suerte igual aun a los
hijos cuya vocación indudable son las artes. No es menor el riesgo de los niños
de familias ajenas a las artes, cuyos padres quisieran empezar una estirpe que
sea lo que ellos no pudieron. En el extremo opuesto no faltan los niños
contrariados que aprenden el instrumento a escondidas, y cuando los padres los
descubren ya son estrellas de una orquesta de autodidactas.
Maestros y alumnos concuerdan contra los métodos académicos, pero no tienen un criterio común sobre cuál puede ser mejor. La mayoría rechazaron los métodos vigentes, por su carácter rígido y su escasa atención a la creatividad, y prefieren ser empíricos e independientes. Otros consideran que su destino no dependió tanto de lo que aprendieron en la escuela como de la astucia y la tozudez con que burlaron los obstáculos de padres y maestros. En general, la lucha por la supervivencia y la falta de estímulos han forzado a la mayoría a hacerse solos y a la brava.
Los criterios sobre la
disciplina son divergentes. Unos no admiten sino la completa libertad, y otros
tratan incluso de sacralizar el empirismo absoluto. Quienes hablan de la no
disciplina reconocen su utilidad, pero piensan que nace espontánea como fruto
de una necesidad interna, y por tanto no hay que forzarla. Otros echan de menos
la formación humanística y los fundamentos teóricos de su arte. Otros dicen que
sobra la teoría. La mayoría, al cabo de años de esfuerzos, se sublevan contra
el desprestigio y las penurias de los artistas en una sociedad que niega el
carácter profesional de las artes.
No obstante, las voces más
duras de la encuesta fueron contra la escuela, como un espacio donde la pobreza de
espíritu corta las alas, y es un escollo para aprender cualquier cosa. Y en
especial para las artes. Piensan que ha habido un despilfarro de talentos por
la repetición infinita y sin alteraciones de 1os dogmas académicos, mientras
que los mejor dotados sólo pudieron ser grandes y creadores cuando no tuvieron
que volver a las aulas. "Se educa de espaldas al arte", han dicho al
unísono maestros y alumnos. A estos les complace sentir que se hicieron solos.
Los maestros lo resienten, pero admiten que también ellos lo dirían. Tal vez lo
más justo sea decir que todos tienen razón. Pues tanto los maestros como los
alumnos, y en última instancia la sociedad entera, son víctimas de un sistema
de enseñanza que está muy lejos de la realidad del país.
De modo que antes de
pensar en la enseñanza artística, hay que definir lo más pronto posible una
política cultural que no hemos tenido nunca. Que obedezca a una concepción
moderna de lo que es la cultura, para qué sirve, cuánto cuesta, para quién es,
y que se tome en cuenta que la educación artística no es un fin en sí misma, sino un medio
para la preservación y fomento de las culturas regionales, cuya circulación
natural es de la periferia hacia el centro y de abajo hacia arriba.
No es lo mismo la
enseñanza artística que la educación artística. Esta es una función social, y
así como se enseñan las matemáticas o las ciencias, debe enseñarse desde la
escuela primaria el aprecio y el goce de las artes y las letras. La enseñanza
artística, en cambio, es una carrera especializada para estudiantes con
aptitudes y vocaciones específicas, cuyo objetivo es formar artistas y maestros
como profesionales del arte.
No hay que esperar a que
las vocaciones lleguen: hay que salir a buscarlas. Están en todas partes, más
puras cuanto más olvidadas. Son ellas las que sustentan la vida eterna de la
música callejera, la pintura primitiva de brocha y sapolín en los palacios
municipales, la poesía en carne viva de las cantinas, el torrente incontenible
de la cultura popular que es el padre y la madre de todas las artes.
¿Con qué se comen las
letras?
Los colombianos, desde
siempre, nos hemos visto como un país de letrados. Tal vez a eso se deba que
los programas del bachillerato hagan más énfasis en la literatura que en las
otras artes. Pero aparte de la memorización cronológica de autores y de obras,
a los alumnos no les cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a
leer y a hacer sinopsis escritas de los libros programados. Por todas partes me
encuentro con profesionales escaldados por los libros que les obligaron a leer
en el colegio con el mismo placer con que se tomaban el aceite de ricino. Para
las sinopsis, por desgracia, no tuvieron problemas, porque en los periódicos
encontraron anuncios como este: "Cambio sinopsis de El Quijote por
sinopsis de La Odisea”. Así es: en Colombia hay un mercado tan próspero y un
tráfico tan intenso de resúmenes fotostáticos, que los escritores haríamos
mejor negocio no escribiendo los libros originales sino escribiendo de una vez
las sinopsis para bachilleres.
Es este método de
enseñanza, -y no tanto la televisión y los malos libros-, lo que está acabando
con el hábito de lectura. Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura
sólo puede ser una guía para lectores. Pero es imposible que los niños lean una
novela, escriban la sinopsis y preparen una exposición reflexiva para el martes
siguiente. Sería ideal que un niño dedicara parte de su fin de semana a leer un
libro hasta donde pueda y hasta donde le guste -que es la única condición para
leer un libro- pero es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la
fuerza en sus horas de juego y con la angustia de las otras tareas.
Haría falta -como falta
todavía para todas las artes- una franja especial en el bachillerato con clases
de literatura que sólo pretendan ser guías inteligentes de lectura y reflexión
para formar buenos lectores. Porque formar escritores es otro cantar. Nadie
enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos con la aptitud y la vocación
alertas. La experiencia de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir a los
aprendices si éstos tienen todavía un mínimo de humildad para creer que alguien
puede saber más que ellos. Para eso no haría falta una universidad, sino
talleres prácticos y participativos, don- de escritores artesanos discutan con
los alumnos la carpintería del oficio: como sé les ocurrieron sus argumentos,
cómo imaginaron sus personajes, cómo resolvieron sus problemas técnicos de
estructura, de estilo, de tono, que es lo único concreto que a veces puede
sacarse en limpio del gran misterio de la creación. El mismo sistema de
talleres está ya probado para algunos géneros del periodismo, el cine y la te-
revisión, y en particular para reportajes y guiones. Y sin exámenes ni diplomas
ni nada. Que la vida decida quién sirve y quién no sirve, como de todos modos
ocurre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario